Entre los grandes desafíos que nos ha planteado esta cuarentena en materia educativa es, sin […]
Publicado el 10 mayo, 2020 por Verónica Candolfi
Entre los grandes desafíos que nos ha planteado esta cuarentena en materia educativa es, sin lugar a dudas, los cambios en la enseñanza, sin importar la etapa en que se encuentra el niño, niña o adolescente.
Por un lado los docentes han tenido que eliminar barreras prejuiciosas referentes a las herramientas tecnológicas y hacer de ellas el aliado de conexión indiscutible para poder compartir saberes. Saberes que deben ser explicados de tal forma en donde la ambigüedad y las subjetividades no tienen lugar alguno. Donde también quedará evidenciado en algunos casos la trayectoria del alumno en este largo camino que es la enseñanza y los valores en cuanto a contenidos del conocimiento que realmente adquirió.
Podemos también sumar a este gran tema, el sistema de evaluación que se tiene en Argentina, donde el aprender por repetición sin razonamientos, sin investigación, sin discusiones basadas en los cimientos democráticos, sin propiciar la criticidad y la generación de ideas propias. Algo similar ocurre en la primera infancia, lugar donde los niños dan sus primeros pasos en espacios que buscan desarrollar al máximo sus destrezas y habilidades, como diría Loris Malaguzzi: “Los niños como constructores de sí mismos”. Pero nada de esto sucede cuando el primer lugar de enseñanza no acompaña este proceso de aprendizaje. Durante muchos años la red social constructiva se ha visto deteriorada, ya que los valores que debemos contener como sociedad, respetando los principios del otro y para llegar a formar un individuo de bien, también se construye en el hogar.
Hoy las familias deben acompañar y apoyar en las tareas escolares a sus hijos/as, porque ahora sí, hay tiempo. Tiempo para escuchar, para reflexionar, para pensar juntos, pero principalmente para valorar lo que cada uno hace desde el lugar que ocupa en crear una sociedad no violenta. Donde además de ser padres por un rato, pasamos a ser docentes, entrenadores, amigos, etc. Es una sensación que nuestros hijos no conocían. Ahora hay una nueva generación que se descubre vulnerable, que un día se levanta y ve que el mundo ha cambiado, y que observa, además, que no hay lugar del planeta que quede a salvo. Todavía suena a ciencia ficción, pero quizá después de la pandemia los hogares se conciban de otra manera. Nuestro trabajo será ayudarlos a que salgan más sensibles, más comprometidos, más solidarios. En medio de las tinieblas y la incertidumbre, el desafío será, en definitiva, el de los padres de todos los tiempos: ayudar a que nuestros hijos sean mejores.
Todos estos actores intervinientes en este pequeño micro mundo que es atravesado por otros, debemos tomar conciencia y realizar introspecciones, no para martirizarse, sino para comprender que el docente quizás pueda ser más creativo, donde las familias puedan comprender que son el sostén y quienes acompañan y ponen límites.
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