Martes 23 de Abril del 2024

Un cuento para recordar al Padre Carlos Mugica

El 7 de octubre es el Día Nacional de la Identidad Villera y por este […]

Publicado el 7 octubre, 2020 por Horacio D Alessandro

El 7 de octubre es el Día Nacional de la Identidad Villera y por este motivo me permití hacer un comentario a modo de prólogo sobre el cuento que comparto a continuación con todos los lectores de LC7.

Eduardo Morales D’Alessandro, mi primo, cuando Mugica era seminarista, se encuentran en un viaje yendo a Mar del Plata y Eduardo era un pibe de barrio que vivía en mi casa de Cachimayo 1324. Mugica se hace muy amigo de él y necesitaba un poco de barrio porque él venia de la calle Arroyo, del centro de la ciudad, con sus hermanos, con su padre, con su vocación de sacerdote. A Mugica le gustaba mucho el barrio, le gustaba jugar al fútbol. El tipo luchaba por su pensamiento profundo. El se abrió de su familia y nos llevaba a la Villa 31, ex villa del Retiro, íbamos a jugar a la pelota. Y a mí me gustaba mucho jugar al fútbol. Mi primo, Eduardo, también. Entonces, Mugica nos llevaba con un equipo y hacíamos partido ahí en la villa. Un poco él para desarrollar su parte vocacional, porque ya se había recibido de sacerdote, y venía del Nacional Buenos Aires, de una familia piola, por eso entendió y asimiló nuestra conducta barrial. Y esa conducta barrial era de jugar por jugar, ganarle al otro, hacerle un gol de taquito a fulano de tal. Jugaba bien Mugica… era un 9 aguerrido, bien de meter pata. En esos partidos nos obligaba a usar la camiseta de Racing porque él era fanático. Y jugábamos a la pelota y por ahí terminaba el primer tiempo, nos acosaban los padres, algunos en pedo, y decían: “Che, Carlos, vení, bautizame al nene”. Querían ganarse el cielo en ese momento. Y esos 15 minutos de descanso entre tiempo y tiempo, no eran de descanso, eran de laburo, porque Mugica te decía: “Che, vení, salí de testigo, quedate acá. Después tomamos una Coca Cola”. Y 4 o 5 nos quedábamos de testigos de bautismos. Una cosa de locos. Mugica se ponía arriba de la camiseta la sotana para hacer el rito. Y los adversarios quedaban azorados porque aquel delantero que cagaban a patadas o lo pechaban para pelearlo, era el Padre Mugica. Quedaban todos medio en el aire en el segundo tiempo. Siendo un muy buen tipo Mugica, muy campechano, barrial y silvestre.

Cuento “Padre Carlos”

“Pasala Carlos… no, así no, mirá donde la mandaste. También, con esos tamangos de defensor, como podrías dominarla. Esta te la perdono porque vos sabes que el terreno no es el apropiado, pero para otra vez asegurá el destino”. Justo a él que era un erudito lo perdonaba y le sugería asegurar el destino, además de recordarle  “para otra vez”, que sonaba a nunca, como si su condición de sacerdote estuviera en ese momento ocupado en cosas futuras, parecidas a aquellas de la otra vida que auguraba predicando.

Sobre la tierra, en esa cancha sin pasto, donde desplegabas tus habilidades de jugador crecía tu vocación de Pastor. El terreno de juego, que sonaba a poco celestial, se presentaba como soporte temporal de once almas ataviadas con la celeste y blanca de Racing, casi obligatoria, de tu amado club que amablemente sugerías vistiésemos, incluso allá en la villa de Retiro, donde cada domingo que podíamos acudíamos así vestidos haciéndonos partícipes de la misión.

Eduardo, tu amigo y compañero eterno, era el encargado de congregarnos, juntando voluntades futboleras. Luego del encuentro, durante el entretiempo, apartados del encuadre básico del campo de juego y borrado el concreto límite en búsqueda del esperado descanso, asistíamos como testigos de bautismos al paso.

En la espesa porción que tengo de tu recuerdo revivo la sotana, ocultando tu estampa de jugador, en una ceremonia bajo un cielo sin nubes, logrando apaciguar las ansias de los padres de familia que te requerían para recibir el sacramento, al tiempo que los ocasionales adversarios quedaban azorados al descubrir que el centrodelantero, muchas veces golpeado en el fragor de la lucha, cumplía con los principios acariciados allá en la adolescencia, cuando concurriendo al Nacional de Buenos Aires había acunado la decisión de ser futuro Padre Solidario.

Luego del encuentro, volver  a casa nos resultaba penoso por lo extenso del viaje, aún habiendo compartido esa mañana de fiesta.

Hoy te recuerdo queriendo acariciar aquellos felices momentos vividos, acercando además a mi memoria ese día fatal de Mayo del 74, donde por el agujero que dejó la bala que pretendió matarte voló tu alma, dejándote apenas vivo para siempre.

El recuerdo de Mugica por Eduardo Morales D’Alessandro

Conocí en 1956 a Carlos Mujica, en un campamento en Bariloche, siendo seminarista. Ordenado sacerdote en 1959, dedica su apostolado hacia los más humildes. Íbamos a la villa 31 donde oficiaba misa y jugábamos al fútbol con los chicos y la gente del lugar. Y obviamente, después atendía sus reclamos y necesidades.

El 8 de Abril de 1967 el Padre Mujica celebró mi casamiento en la Iglesia de la Medalla Milagrosa y participó de la fiesta en nuestra casa familiar de Parque Chacabuco.

Nuestra íntima amistad siguió hasta su trágica muerte en aquél 11 de Mayo de 1974.

 


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