El Padre Ricciardelli es el símbolo de la lucha por una vida más digna y […]
Publicado el 8 noviembre, 2019 por Alejandro Filippini
El Padre Ricciardelli es el símbolo de la lucha por una vida más digna y sintetiza los valores más nobles de la cultura villera: la solidaridad, la abnegación y la fortaleza para sobreponerse a las adversidades de la vida.
Los valores del Pueblo del Bajo Flores fueron señalados y defendidos por el Padre Rodolfo Ricciardelli a lo largo de toda su vida, con la palabra y las acciones.
Desde su llegada al barrio, en la década de 1960, hasta sus últimos días, en 2008, el Padre defendió los derechos de los vecinos y vecinas.
Primero puso el cuerpo como escudo frente a los embates de las dictaduras que con sus topadoras intentaron «erradicar» el barrio, y más tarde denunció, una vez con la palabra y con el cuerpo, la permanente estigmatización propiciada desde algunos sectores políticos –como el oficialismo a cargo de Macri primero, y Larreta después- y los grandes medios de comunicación, que señalan a las villas como los causantes de la mayoría de los problemas que afectan a los vecinos y vecinas de la Ciudad de Buenos Aires.
«El pueblo que celebra en la villa, celebra la vida porque se organiza en torno a ella, anhela y lucha por una vida más digna» solía decir el Padre.
En su última declaración pública, escribió junto a otros sacerdotes villeros que «la cultura villera señala valores evangélicos muy olvidados por la sociedad liberal de la ciudad. Sociedad liberal que se organiza y hace fiesta en torno al poder y a la riqueza».
Por todo esto es tan importante haber logrado que se modifique la denominación de Villa 1-11-14 a “Barrio Padre Rodolfo Ricciardelli”.
Son varios los motivos para celebrar. Se trata de un puntapié para comenzar a contrarrestar la estigmatización sufrida por el Bajo Flores.
La sanción de la ley le devuelve al barrio su verdadera identidad, por medio del nombre de un ícono de lucha, solidaridad y resistencia, más que con una numeración impuesta por un gobierno de facto.
Por último, se trata de la concreción de una larga lucha colectiva de todo un barrio que tiene la fuerza y la voluntad de salir adelante.
Hablamos de un hecho histórico, ya que se trata del primer cambio de nombre de una villa en el ámbito de la Ciudad, y porque fueron los propios actores del barrio (vecinos, vecinas, merenderos, comedores, organizaciones sociales, organizaciones políticas, docentes, delegados de las manzanas del barrio y la Parroquia Madre del Pueblo) las que empujaron para que el proyecto se aprobara en la legislatura porteña.
Una vez allí, las diputadas Paula Penacca y María Rosa Muiños del Frente de Todos, y Omar Abboud de Juntos por el Cambio, tomaron las riendas y lograron que el proyecto se votara por unanimidad el 7 de noviembre pasado. Hasta de eso fue capaz Ricciardelli.
Se vienen tiempos de empoderamiento para el Barrio Ricciardelli. El futuro cercano le arrima la discusión de la Ley 403 y el proceso de urbanización tan anhelado por los habitantes del Bajo Flores.
Con la entereza que lo caracteriza, defendiendo los valores villeros, evitando que -como sostenía Ricciardelli- el proceso de urbanización sea un proceso de colonización que desoiga la experiencia y voz de sus habitantes, y haciendo por el contrario, respetar la idiosincrasia, las costumbres y la historia de los vecinos del barrio. Esa será la mejor forma de defender el legado de «Richar», como lo llamaban los vecinos y vecinas.
Las villas deben ser el único lugar de la Ciudad donde los chicos y chicas aún juegan en las calles. Allí se concibe de un modo distinto el espacio público. La calle y sus pasillos son la extensión de las casas. Ahí se arman las piletas de lona, durante todo el verano, para que todos los chicos y chicas las usen sin restricciones. Las casas de los amigos de uno se transforman en las casas del resto. El espacio público es el lugar donde los vecinos y vecinas se encuentran, se conocen y se generan vínculos que se vuelven muchas veces amistad. Los pasillos y calles de las villas son los espacios donde se realizan las celebraciones populares y religiosas, con la Virgen de Caacupé, la de Copacabana, la de la Virgen de Lujan, el Tata Bombori, la Virgen de Urkupiña, mientras los vecinos y vecinas celebran en paz la fe y la vida.
El Bajo Flores, entonces, esa pequeña muestra de nuestra Patria Grande, donde conviven muchos pueblos y culturas tan ricas, comienza a dialogar y a integrarse al resto de la Ciudad.
Y la Ciudad deberá dejar de lado su vanidad y comenzar a integrarse al Barrio Padre Rodolfo Ricciardelli. Este pareciera ser el futuro del barrio que, como dice Juan Isasmendi (párroco de la Iglesia Madre del Pueblo), deja de ser contado para pasar a ser nombrado.
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