Viernes 08 de Noviembre del 2024

Parque Chacabuco retratado

El maestro de Parque Chacabuco, Horacio D’Alessandro, editó “Retrato de Parque Chacabuco”, un libro que […]

Publicado el 24 noviembre, 2020 por Gustavo Viera

El maestro de Parque Chacabuco, Horacio D’Alessandro, editó “Retrato de Parque Chacabuco”, un libro que reúne relatos que pintan los inicios del barrio y las experiencias de sus personajes.

La Comuna 7: ¿Cómo fue tu comienzo con el arte en el barrio?

Horacio D’Alessandro: De chico siempre tuve vocación de hacer esto del arte alentado por algún maestro. Me anoté en una escuela estatal a la vuelta de casa donde hice toda la primaria, pero luego en 1952 empecé a ir a la escuela a aprender dibujo con un maestro Fernando Pascual Ayllon, un maestro catalán, donde hice 3 años, alentado por esa vocación y ese deseo de hacerlo. Empecé primero a hacer ornatos, dibujos y luego nos largamos a la pintura con él. Un maestro alentador, muy macanudo, donde era un aula llena de pibes y gente grande donde todos participábamos de los mismo. Era como un colectivo de aprendizaje. Ese tipo de trabajo me alentó porque todos los días pasaba por casa con el tablerito que me había hecho mi viejo, y los muchachos del bar de la esquina de casa me decían ¿qué hiciste pibe hoy? Y así me sentí cobijado también. Esa fue la primera experiencia.

LC7: Y la escritura Horacio, ¿cómo apareció en tu vida?

HD: La enseñanza en plástica y la acción cultural haciendo pintura me llevó a no completar algunas cosas, algo me faltaba. La realidad es que siempre escribí pequeños relatos que hacían a la vida del barrio y que los iba recopilando, y me pareció que tenía que presentarlos. Los comienzos son relatos de familia, de la cuadra. La parra de mi casa. Y fui saliendo, se abrió una puerta que me llevo a entender a todo el barrio. No me bastaba solo con la pintura y la docencia.

LC7: ¿Qué retratan esos relatos del libro que acaba de salir?

HD: El libro rescata la historia de mi familia y de vivencias del barrio. Relatos referidos a la permanencia en la misma cuadra, en la misma calle. Mi abuelo trae a la familia de dos localidades de Sicilia, en la provincia de Enna. Dos pueblos, Gianforte y Nicosia. Mi abuela era de Nicosia, mi abuelo de Leonforte, donde viene mi abuelo primero solo en 1894 con 28 años, y después hace traer a mi abuela que ya tenían dos hijas allá en Italia. Mi viejo nace en 1901 acá en Argentina, el segundo argentino de su familia. Se radican en la calle Colombres, casi Boedo, en una casa de inquilinato donde la familia iba creciendo, mientras tanto mi abuelo compra unos terrenos a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, unos terrenos anegadizos, feos, que nadie los quería. Y unos cuantos tanos que no les importaba si se inundaba o no, y lo vendían en cuotas. Mi abuelo compra un terreno en 1903. Y empieza a construir ladrillo a ladrillo, chapita a chapita, un par de habitaciones para traer a su familia. Vienen en 1906 a Parque Chacabuco. En dos carros traen los enseres, camas, roperos. Mi viejo nos contaba que al llegar se encontraron con un descampado total, un cielo policastriano, gris, donde había juncos, cantos de ranas, un montón de cosas. 5 José se asentaron ahí: José Edi, José Moravito, José Firpo, el padre de Luis Ángel Firpo, José D’Alessandro, mi abuelo, y José, un guarda de tranvía de la zona. Lo llamaban el barrio de los 5 José. Ellos aceptaron esas condiciones de soledad y que yo cuento en varios relatos del libro. Se veía el tren General Belgrano que iba a Pompeya desde Cachimayo. Asamblea era la primera avenida lejana de Boedo que empieza a generar algo. Un zapatero remendón, un almacén. Se empieza a generar sino tenían que caminar muchas cuadras. Se gesta una cosa muy local, una panadería, y yo creo que esos son orígenes del barrio. Desde Centenera y Emilio Mitre, nosotros estábamos en la calle del medio en Cachimayo. Fue creciendo el barrio, tal es así que en 1918 se hace el Mercado y empieza a acercarse un montón de gente. Todo ese barrio anegadizo se fue llenando de tierra que venía de la zona donde está la Iglesia Medalla Milagrosa, y según mi viejo traían carros y algún camión traía tierra para rellenar los terrenos. En 1958, cuando mi viejo empieza a construir los 2 locales, le pide al constructor que debajo de las columnas haga una zapata muy grande para que se asiente el edificio. Todo esto era en función del conocimiento del barrio, de la memoria de las lluvias y las inundaciones de mucho tiempo atrás. Mi casa tenía un escalón alto, muy alto, casi alto como una silla para sentarnos y el mármol de los costados tenía una mueca para poner una madera para que no entre la inundación al patio. Hoy ya no se inunda el barrio.
Mi viejo lo vio nacer al barrio. Su crecimiento, su forjamiento, su escuela primaria fue toda ahí. Y ese rescate a través del tiempo fue haciéndose carne dentro mío. Yo lo acompañé durante mucho tiempo cuando él tuvo un ataque de presión arterial y en ese tiempo me contaba historias pequeñas que fueron acumulándose. Allá había un tipo bravo que cuidaba la zona, allá había un horno de ladrillo como el de Luis Ángel Firpo, el padre de Firpo, un tanito pesito que lo tenía cagando a Luis Ángel Firpo, un tipo grandote que por respeto a su padre no metía mano nunca. Y esas historias pequeñitas fueron acumulándose.


LC7: ¿Cuáles crees que son las cosas que construyen la identidad de Parque Chacabuco?

HD: Los relatos tienen esa raíz, la de las vivencias y los personajes que hacen a la identidad de Parque Chacabuco. Hablan de la calesita de Tatín, quién era Tatín, quién era Don Puro, una confitería con aire francés, aunque el dueño no lo fuera. Como antes los bares estaban llenos de hombres, Don Puro tenía la particularidad de congregar a familias, a chicos que tomaban la gaseosa. No era un típico bar sino una confitería al aire libre, a media cuadra de la entrada del Parque Chacabuco. Y de ahí saque retratos escritos de tipos que lo frecuentaban como Rodolfo Lezica, artistas como Policastro que pintaba paisajes y se fue a Santiago del Estero. Cosas que las vivía como naturales en el barrio. A mí me gustaba mucho jugar al fútbol. Desde chico jugué en los campeonatos infantiles “Evita”, donde salimos campeones de la seccional 12 con el equipo “El Fortín de caballito sur”. Yo era firuletero, me puteaban, pero era habilidoso y veloz. Íbamos a jugar al fútbol a la Villa del Retiro con mi primo Eduardo y el padre Carlos Múgica, un 9 aguerrido. En el descanso, cuando terminaba el primer tiempo, se ponía la sotana arriba de la camiseta de Racing y bautizaba a los chicos, y nosotros salíamos de testigo. Un buen tipo Carlos. Y también incluí un relato del Parque Chacabuco, que para mi no era el típico parque para pasear y tener florcitas e iluminado. El parque era para participar y casi para estar revolcado por el piso. El parque era nuestro, los pastos, los caminos. Nos íbamos a bañar a la fuente y nos corría el guardián que tocaba el silbato. Participábamos del barrio de esa manera y estas historias son las que rescatan los relatos del libro.

LC7: ¿Cómo es la historia de la murga en la que participabas?

HD: Nosotros teníamos una murga chiquita que se llamaba «Los gitanos humoristas» que la dirigían los hermanos Segura. Hice un cuento sobre el padre, es uno del conventillo. El padre era un vasco tosco, de primera, muy berreta, donde los hijos solteros se inician en la murga. El más chico, Atilio Segura, hacia los versos, y tenía mucha chispa y vocación. Las frases jocosas de su momento, que hoy no causa gracia a ninguno, pero en su momento sí. «Ya no saben cocinar las mujercitas de ahora, para matar a un pollo necesitan una ametralladora». Y la gente se reía. Todo eso es una raigambre fuerte con el barrio. Las fogatas que armábamos, cada dos cuadras había una fogata, juntábamos maderas y era una labor de chicos con una ilusión tremenda. Esa participación se hacía multitudinaria. Es lo que uno pretende rescatar.

LC7: ¿Cuál es el papel de tu padre en el barrio?

HD: Mi padre, Raymundo, era un defensor del barrio y él se metía en cualquier acontecimiento que tenga que ver con su vida. Era un personaje barrial que se movía y se reunía para hacer arreglos del barrio. Era un tipo convincente, con una buena labia. Toma la cooperadora de la escuela y mangaba casa por casa para que los chicos tengan sus guardapolvos. Era el presidente de la Unión vecinal, una unión que, por ejemplo, se juntaban para hacer un corso. Un corso que era más que nada un teatro al aire libre para sentarse. La institución San Lorenzo de Almagro nos prestaba los asientos de las plateas y esos 5 días era una fiesta para el barrio donde venia gente de 10 cuadras a sentarse desde las 3 de la tarde. Se repartían golosinas a los chicos, todo en un trabajo solidario del barrio. Y mi viejo era el presidente y todo transcurría en la puerta de mi casa. A la mañana, con los chicos, pegábamos banderitas y tiritas, los vecinos colocaban las luces, como se hace comunitariamente todo eso. Mi viejo se mandaba un discurso a capella.

LC7: ¿Qué representa el libro para vos?

HD: Este libro es un regalo para el barrio. Darle un poco al barrio lo que el barrio le dio a uno: alegrías, vicisitudes, vivencias, recuerdos. A ese imponderable que es la fogata, las calles, la pelota, el fútbol, y todo eso se lo quiero devolver. Yo quiero que el barrio tenga su identidad, su marca propia.

LC7: ¿Te quedan historias para escribir otro libro?

HD: Tengo relatos para hacer otro libro… pero la edad es un impedimento. Siempre me quedan en el tintero un montón de cosas. Mientras pueda, seguiré haciéndolas.


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