Domingo 16 de Marzo del 2025

Una tradición de solidaridad que cumple 23 años

Ellos son los parripolleros de la parroquia Santa Clara.  Cada segundo domingo del mes, en […]

Publicado el 14 marzo, 2025 por Camila De la Fuente

Ellos son los parripolleros de la parroquia Santa Clara. 

Cada segundo domingo del mes, en la parroquia Santa Clara, un grupo de voluntarios se reúne para encender las brasas y cocinar con un propósito solidario. Desde hace 23 temporadas, alrededor de 15 personas se ponen el delantal y trabajan en equipo para llevar adelante una iniciativa que nació en plena crisis del 2002. La cita es en Zuviría 2631 y Av. Varela, en el barrio de Flores, donde la comunidad puede colaborar comprando un tradicional parripollo.

El origen de esta tradición se remonta a un contexto de emergencia. En 2002, cuando Argentina atravesaba una de sus peores crisis económicas, las ollas populares y los comedores comunitarios se convirtieron en una respuesta ante la creciente pobreza. En el barrio de Flores, la parroquia Santa Clara ya asistía a numerosas familias a través de Cáritas y brindaba la merienda a casi 80 niños con sus madres. Para sostener ese esfuerzo, el entonces párroco Juan Bautista decidió replicar una idea de la parroquia Luján Porteño: organizar la venta de pollos a la parrilla. Así convocó a los esposos de las mujeres que colaboraban en Cáritas, y muchos de ellos, como Marcelo Caldarini, aceptaron el desafío.

Lo que comenzó como un proyecto con cierta incertidumbre pronto se convirtió en una tradición. “El primer día hicimos 80 pollos con miedo de que no salieran bien o que no se vendieran. Jorge Flores, que era parte de la comunidad, nos enseñó el oficio. Cocinar un pollo en casa es una cosa, pero hacer 80, más chorizos y morcillas, era otro nivel”, recuerda Marcelo. Con el tiempo, el número fue creciendo: en diciembre de 2002 subieron a 100, al año siguiente ya eran 120, y en la actualidad llegan a preparar 160 pollos, 300 chorizos y 300 morcillas cada mes.

La organización requiere mucho más que solo cocinar el domingo. Todo comienza varios días antes, cuando se contactan distribuidores, se adquieren insumos y se planifica la logística. El sábado previo, los voluntarios reciben la mercadería y preparan los pollos, mientras que el domingo la jornada arranca a las 6:30 de la mañana con el armado de la infraestructura. Luego de horas de trabajo entre parrillas humeantes y charlas compartidas, llega el momento de la venta y la limpieza final, cerrando todo cerca de las 14 horas. “Al principio, la mayoría de los compradores eran miembros de la parroquia, pero con el tiempo se sumaron vecinos del barrio e incluso gente que pasa y decide comprar”, detalla Marcelo.

Las ganancias de cada venta se destinan íntegramente a la parroquia, que desde su fundación en 1930 requiere un mantenimiento constante. Si bien las necesidades han cambiado desde aquellos años difíciles, la colaboración sigue siendo fundamental para sostener la comunidad.

Una curiosidad que rodea a los parripolleros es la suerte con el clima. Aunque realizan su labor al aire libre, en más de dos décadas solo en dos ocasiones tuvieron que trasladarse al gimnasio del colegio parroquial debido a la lluvia. “En abril del año pasado, por ejemplo, el pronóstico anunciaba tormentas, pero decidimos seguir adelante. Llovió toda la semana y el sábado fue un diluvio, pero el domingo el sol salió justo a tiempo. A las cuatro de la tarde se largó con todo de nuevo, pero ya habíamos terminado”, cuenta Marcelo entre risas.

Incluso la bendición papal ha estado presente en esta iniciativa. Cuando Jorge Mario Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires, visitó la parroquia un domingo de parripollo. Al ver la parrilla encendida, bendijo la mercadería y deseó buenas ventas. Ese día, efectivamente, se agotó todo. Años más tarde, el actual arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Mario Aurelio Poli, también pasó a conocer la tradición y les dio su bendición, bromeando sobre el éxito de ventas tras la visita del ahora Papa Francisco.

Con más de dos décadas de historia, los parripolleros solidarios de Santa Clara siguen encendiendo las brasas cada mes con el mismo espíritu de servicio y comunidad. Un encuentro que va más allá de la comida y que demuestra que, cuando la solidaridad se pone en acción, ningún obstáculo puede frenarla.


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