Miercoles 24 de Abril del 2024

“Lo mejor que me dio el boxeo es la familia que tengo”

Jesús Eugenio Romero soñó con boxear en el Luna Park y la convicción de vivir […]

Publicado el 6 noviembre, 2018 por Nicolás Rosales

Jesús Eugenio Romero soñó con boxear en el Luna Park y la convicción de vivir y trabajar en el Bajo Flores. Entrena a boxeadores humildes para alejarlos de las drogas y la calle.

Después de una de las lluvias de octubre, en uno de los extremos del Barrio Rivadavia, en la esquina de Cobo y Curapaligüe, nos vimos con Jesús Romero. A pocas cuadras, tiene su gimnasio donde enseña su pasión a los pibes del Bajo Flores: el boxeo. Caminamos a pasos acelerados. Romero tiene la vitalidad propia de un deportista. Lo saludan por todos lados, ¡maestro le gritan! Él, quiso mostrarnos el trabajo que realiza para sacar a los chicos de las drogas o de la calle. En el gimnasio hay algunas pesas y aparatos en desuso. Pero muchos pibes haciendo sparring, transpirando, guanteando… Sobre la vereda, están las familias que filman y sacan fotos de sus hijos con orgullo. Y Jesús los arenga y les indica los ejercicios.

“En un rato termino y vamos a tomar un café”, avisa. Sobre una de las paredes, un mural con su nombre y la leyenda “3° en el Ranking Mundial”. Otras fotos viejas se ubican detrás de los vidrios del local y algunos reconocimientos ilustran también la gran trayectoria que pocos vecinos de nuestra comuna conocen, porque es un tipo más bien callado y que no se lleva bien con los medios. Dio pocas notas, pero su vida pudo haber sido un relato cinematográfico: “Me ofrecieron hacer una película, pero les dije no. Soy muy inquieto, me iba a aburrir entre escena y escena”.

Infancia a medias

Los sueños empezaron desde muy temprano. Su niñez se esfumó como una nube en el cielo y se convirtió en un adulto rápidamente. Según su relato, tras no ir muy bien en la escuela, su padre decidió que parta hacia Chaco para vivir con su abuela. Aquí no nombra a su madre -Doña Esther-, pero si se encarga en remarcar el pasado militar de su padre -Don Vicente-, que era gendarme. “Era medio la oveja negra del corral de mi familia, me gustaba la calle”, agregó.

Desde pequeño, entre los siete y nueve años, despertó su pasión por el boxeo. “Era un poco peleador”, recordó entre risas. Así comenzó a participar de las peleas de “gallitos”. De un lado las riñas y del otro lado las peleas entre chicos hasta sangrar o abandonar. No se usaban guantes, sino vendas. Así aprendió el arte del ataque y la defensa para aproximarse al boxeo: “La calle para mí es un de los escenarios más lindos”.

El sueño del boxeador

Jesús Luis Romero nació el 4 de enero de 1954 en el departamento jujeño de Abra Pampa. A los 8 años empezó a entrenar en un gimnasio. “Mi abuela me hizo una pequeña bata y un pantaloncito, me apañaba”. De a poco fue juntando dinero en un tarro y un día le dejó una nota a su abuela que decía “quedate tranquila, viajo a conocer el Luna Park, porque quiero ser boxeador”. El tenía 9 años y se preparó un bolso con poca ropa y sus guantes, para tomarse el tren hasta Retiro. Sólo. Nadie sabía nada. “Viajé un montón de días, me comí un sándwich que me duró lo que duró el viaje. Llegué a la madrugada. Me subí a un colectivo y le dije al chofer que me llevara hasta donde terminara el recorrido”. Así fue que apareció en el Bajo Flores en el colectivo 139, una línea que hoy ya no existe. Cuenta que ofreció su ayuda en un camión de garrafas sin pedir dinero, sólo algo para tomar y comer porque tenía hambre. Ese día, de noche, se le acercó un policía y le preguntó qué hacía. Le dijo que estaba solo y que quería ser boxeador. Les preguntó a los otros policías si podía dormir esa noche allí, en la comisaría. Le dijeron que sí. Jesús comenzó a vivir con los oficiales. Le daban de comer, una cama, le pagaban el colegio, lo pasaban a buscar en el patrullero, y además le daban dinero. Parte de sus sueldos los donaban para que Romero cumpla con su sueño. El comisario le dijo un día: “Si usted quiere ser boxeador tiene que entrenar, nada de fumar y salir de noche”. Él cumplió esa consigna. No paró hasta subir un ring y ser profesional.

Entrenó en el Parque Chacabuco y luego siguió en un club de Pompeya con el preparador Membrini. Y se confiesa: “Un día conocí a una piba en el barrio, a los 17 años, la que es mi señora ahora”. Romero repite una anécdota y hace pausas, le cuesta hablar y se emociona hasta las lágrimas. Cosas del destino. “Tenía 18 años cuando en un partido de fútbol un pibe más grande se me plantó para pelearme. Le pegué una trompada tan fuerte que lo dejé tirado. Después nos hicimos amigos. Me acuerdo que me pidió lo acompañe al Hospital Piñero porque iba a visitar a una tía que tuvo un accidente. Llegamos. La mujer me miró de una forma rara y me dijo ‘¡Tito!’. ‘¿Y usted cómo me conoce?’, le pregunté. ¡Cómo no te voy a conocer si soy tu mamá!, me dijo”. No se veían desde hacía 10 años y se abrazaron. Tras el reencuentro familiar, supo que sus padres estaban de visita en Mataderos, en la casa de una tía en Ciudad Oculta. Cuenta que cuando pudo, les compró un terreno.

Su objetivo hacia el profesionalismo incluyó más 100 peleas amateurs y relata orgulloso que uno de sus mayores logros fue “haber conseguido la medalla de bronce en las Olimpíadas”. Romero  después peleó por el título argentino. En su momento de esplendor, supo codearse con la farándula. Fue amigo de Tito Lectoure, el conocido empresario y promotor de boxeo. “No era noqueador, ganaba por puntos”, admite. Increíblemente o no, rechazó irse a vivir a Belgrano. También la oferta para ser entrenador y radicarse en Australia. No firmó contrato con ninguna marca. Sin embargo eligió volver al Barrio Rivadavia, porque nunca le dio “valor a la plata”.

Una vida de lujos, y no tanto

Reconoce que disfrutó de la “buena vida”. Vivió en Italia por dos años y conoció las magnificencias. En el año 1984 recibió el Premio “Cóndor de Oro”, compartiendo la entrega de premios con Diego Maradona, quien ese año recibió el premio revelación.  Mientras tanto, su mujer lo esperaba en el Bajo Flores, donde decidió instalar un comedor. “No me sentía cómodo con esa vida, con el lujo”, sentenció. En cambio, Jesús se siente feliz con el reconocimiento deportivo. Una vez el periodista y comentador de boxeo Walter Nelson le dijo: “El único boxeador que le podría haber ganado a  Floyd Mayweather era Jesús Luis Romero”.

Se podría resumir que es un ex deportista que le dedicó y le dedica su vida al boxeo. También al barrio, el que nunca se atrevió a abandonar. Su mujer Esther tiene un merendero/comedor comunitario. Uno de sus hijos enseña fútbol, rugby y boxeo a los pibes de allí. Una de sus hijas tiene una jugoteca y trabaja socialmente también.  Son reconocidos por aquí. “Lo mejor que me dio el boxeo es la familia que tengo”, finalizó. Dicen, los que saben, que Romero fue un gran golpeador. Le tiraban una mano, y él respondía con cinco. Su carrera es inmensa y su humildad también.

Los pergaminos de Jesús

Su fructífera carrera deportiva como boxeador incluyó la conquista de muchos títulos dentro del amateurismo y dentro de la Federación de Box: Campeón de aptitudes, de novicios, de veteranos, del campeonato de los trabajadores y medalla de bronce en los Panamericanos de Montevideo. En el profesionalismo fue Campeón Argentino liviano y Sudamericano liviano. También alcanzó el tercer lugar en el ranking mundial. Asimismo, fue distinguido como “Ciudadano Ilustre” del Bajo Flores, un reconocimiento otorgado por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Recibió el premio de la OMB (Organización Mundial de Boxeo) por su obra comunitaria, gratuita e inclusiva, habiendo sido seleccionado entre veinte instituciones del mundo entero.

 


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