Repasamos el origen de 3 delegadas de manzana, sus vidas en el barrio y la […]
Publicado el 5 octubre, 2018 por Nicolás Rosales
Repasamos el origen de 3 delegadas de manzana, sus vidas en el barrio y la importancia de los roles que cumplen. La esperanza en el futuro y la belleza creativa de los habitantes de la villa.
Al llegar a la 1-11-14 nos esperaban las historias de tres mujeres. Entramos por Perito Moreno, a la manzana 1. Justo al lado de la capilla “Madre del Pueblo”, y el colegio, obra del padre Carrara.
Allí nos recibió Fany en su casa, luego sumó Flor y María Cristina.
“El suelo es nuestro pero las paredes no”
Fany llegó hace 27 años a nuestro país. “Vine de Bolivia, de la Paz, a estudiar un curso de peluquería. Mi intención era abrir una peluquería allá. Vine sola, no conocía la Argentina, e iban a ser solo tres meses. Mi suegra tenía una conocida acá, ella me hizo el contacto”.
Ella nos contó que primero llegó a San Martín, noroeste del conurbano bonaerense, pero que por una cuestión de cercanía con el instituto dónde iba a estudiar le convenía vivir en la villa. Su primer contacto con el barrio para ella fue fuerte, no era lo que esperaba. Esto fue en el año 89, todo era muy precario. Nunca se había imaginado que iba a vivir en un lugar así. “Entré por un pasillo y estaba lleno de gente, los vecinos me recibieron muy bien, era pleno verano, en enero, un calor impresionante, todos me miraban, era la nueva, me dieron un cuarto chiquito, y así me quedé, acá estoy”.
Fany cuenta con orgullo como todos sus hijos hoy se encuentran estudiando carreras universitarias. Que si se apuesta al estudio, se puede ascender socialmente para ser reconocidos. Trabajó en una peluquería durante un tiempo haciendo de todo. Después cuidando a una persona mayor en Flores. Cuando tuvo más hijos dejó de trabajar. Después de la crisis del 2001 ya sin trabajo, militó en una organización social. Hacía pan, “aprendí a militar, porque yo antes vivía en una burbuja”, sintetizó.
Se fue metiendo cada vez más, y hoy es delegada de la manzana 1. “Estamos peleando por la urbanización de la villa, porque el suelo es nuestro, pero las paredes no. Ser delegada me generó tener conciencia social”.
“Primero fui referente de manzana, hoy soy delegada”
María nació en la villa, hace 38 años. Es hija de bolivianos. Madre soltera de 3 hijas. “Mi abuelo la trajo a mi mamá de Bolivia, agarraron un terreno, los militares no se habían ido todavía”. Nos dijo que en la última dictadura a muchos habitantes de la villa los movieron a la provincia y que su mamá pudo volver a recuperar el terreno. “Primero, recuerdo que fue una casillita de chapa forrada de cartón por dentro. De chicos hacíamos las filas para ir a traer agua, caminábamos unas 3 cuadras. Nuestra manera de jugar era lavar”.
Destacó que la villa fue cambiando para peor en relación a la inseguridad. “Pude ver a compañeros drogados, algunos han muerto”. María pudo estudiar, pero no terminó sus estudios terciarios de enfermería. “Mi hija, que tiene 21 años está estudiando Trabajo Social en la Uba”. Ella recordó que pudo terminar la secundaria gracias a la ayuda de los directivos de la escuela que la ayudaron cuidando a sus hijas. Pasaron los años y las condiciones de vivienda seguían siendo precarias. “En el 2010 me pienso a interiorizar más con la política y que tenemos derechos, primero fui referente de manzana, hoy soy delegada”. Dijo que tienen un reglamento de convivencia entre los vecinos, para vivir mejor. Para tener normas, hacer cumplir los derechos y cumplir con las obligaciones. Para María, ser delegada también la ayudó a atravesar el dolor de haber sufrido intentos de violación y abuso en su niñez.”Lo cuento porque ya lo he hablado”. Llora.
“Ser delegada me abrió la mente y me dio la posibilidad de poder ayudar a compañeras que pasaron por lo mismo por ejemplo, y los varones aprendieron a respetarnos”.
“Acá aprendí a ser mujer”
Flor llegó en 1995 proveniente de Perú. “Yo allá no trabajaba, me separé de mi pareja, tuve un hijo, mi suegra me ofreció venir para acá. Ella me ayudó, me dio todo, me dijo, hazlo por tu hijo”. Sufrió violencia de género. Se vino sola, dejó a su hijo allá por unos años. Vino directamente a la villa. En Perú, las villas son barrios residenciales. Ella sufrió los cambios. Vino sin nada.
“Cuando llegué a Retiro, me asusté, nunca había usado una escalera mecánica”, recordó entre risas.
Pasaron 8 meses hasta que encontró un trabajo estable de servicio doméstico en un domicilio particular con cama adentro. Pasó un año más y se trajo a vivir con ella a su papá y a su hijo. “Pasamos a vivir por la manzana 15, y luego por la 18. Salíamos a cirujear, así nos fuimos armando, alquilábamos una pieza éramos felices así”.
Luego de la crisis, en el 2002 se quedó sin laburo. “Acá aprendí a ser mujer, a ser mamá, a arreglármelas sola”. Pasó cosas buenas, y cosas malas. Se encariño con los nenes que cuidaba, y con sus patrones también. Su hijo se ponía celoso. “Tuve que dejar de trabajar, porque a mi hijo le afectó psicológicamente”. En el colegio la acusaron de abandonar a su hijo, hasta intervino un juez de menores. Pudo salir a adelante.
Pero poco tiempo después, tras una enfermedad, su padre murió. Su hijo a los 18 años, fue al barrio Illia, robó una moto, le dispararon, y falleció camino al hospital. Eso fue el 2009, “ahí vino mi caída. Ahí me mataron a mí también, como le dije a un juez en un comparendo. Me empezó una artrosis fuerte en mis piernas también”. Se quedó sola.
En ese difícil momento se acercó Blanca, referente de la manzana 21, y la invitó a sumarse a un grupo. Ella necesitaba salir de su casa, para no entrar en un pozo depresivo. Llegó a conocer el fondo cuando pasó por una adicción. “Con las cosas que hacíamos por el barrio y ver las necesidades que tenían los vecinos, ayudaron a distraerme”.
Luego fue electa como delegada de manzana, desde el 2012. Algo que cambió su vida, para amortiguar el dolor. “Ahora estoy colaborando en el comedor Esperanza, y ellos me dan comida también, y por suerte tengo amigas que me hacen bien”, expresó entre lágrimas. “Los vecinos tenemos derechos, y necesitamos ser respetados, mi historia de vida representa a la de muchas mujeres. No podemos permitir la violencia de género, y yo a veces siento que soy la voz de las que no pueden hablar”, concluyó.
Para terminar, les pedimos que nos digan cómo interpretan libremente la palabra belleza dentro del barrio y las tres coincidieron en una idea, “la belleza que tenemos es nuestra juventud”. Muchos jóvenes de las nuevas generaciones están saliendo adelante, convirtiéndose en profesionales.
De izquierda a derecha: Flor, Fany y María.
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