La Escuela Nº 8 D.E. 11 «Cnel. Ing. Pedro Antonio Cerviño» celebró el pasado 3 […]
Publicado el 9 noviembre, 2015 por Gustavo Viera
La Escuela Nº 8 D.E. 11 «Cnel. Ing. Pedro Antonio Cerviño» celebró el pasado 3 de noviembre su centésimo aniversario con un acto en la Plaza 11 de Noviembre, ubicada en Varela y Directorio.
En una parte del acto, la Directora Laura Sánchez leyó las hermosas palabras de la Directora Roxana Domínguez, de licencia por esos días.
«Llegar a un pico de existencia de una institución es siempre motivo de festejo, y más aún para una escuela. Son 100 años de compromiso social, todo un ejemplo de perseverancia. Recorrer el pasado y presente de esta casa nos lleva a reflexionar sobre el propio ideario de la educación pública que se pone en juego en cada jornada. Hoy, vamos a hablar de valores: la identidad, como uno de ellos, nos lleva a reflexionar sobre Pedro Antonio Cerviño, el nombre que lleva nuestra escuela. Fue un ingeniero, militar, topógrafo, cartógrafo, editor y docente, que vivió entre 1757 y 1816. Organizó expediciones científicas al Chaco, llevo planos topográficos de Buenos Aires, dirigió la escuela nacional de náutica creada por Manuel Belgrano y estuvo a cargo de la academia de matemática. Fundó y comandó el batallón Tercio de Gallegos para luchar contra el ejército inglés en las invasiones, pero lo más significativo es que años después abrazó la causa criolla por la libertad, y siendo español se identificó plenamente con ella desde los primeros días. Identidad: nuestra escuela se identifica con todos y cada uno de nuestros alumnos, sus familias, sus luchas por un futuro mejor, su preocupación por tener una vida digna, salir de la precarización y el desamparo en que muchos se hallan sumidos. Su lucha es la nuestra, y ayudar es nuestro compromiso. Este es el espacio para la reflexión y la circulación de la palabra. También vamos a hablar de Igualdad. Hablar del Centenario implica revisar y rememorar un tiempo histórico y el de su fundación. En 1915 gobernaba Victorino de la Plaza. El país se veía seriamente afectado por la guerra mundial y sus consecuencias económicas. No hacía mucho tiempo se había anexado el barrio de Flores a la Capital. Había una profunda incertidumbre. Sin embargo, nuestros gobernantes decidieron creer con admirable coraje. Con la insolencia de un vértigo creador se fabricaron un Estado, una mitología de Nación, y bajo el influjo de la ley 1.420 se propuso y dispuso hacer del país una escuela para todos aquellos que quisieran habitarlo. Pública, gratuita, laica, profundamente abierta a la diversidad cultural, colmada de inmigrantes que encontraron en ella la posibilidad de educarse, creer, adquirir un empleo, salir de su situación de limitación y pobreza, porque la escuela pública es más que ninguna otra institución, y a veces la única, gran equiparadora de oportunidades. Maravillosos guardapolvos blancos que nos hacen sentir tan distintos pero tan iguales. Cambios y permanencias a través del tiempo, ¿verdad? Y eso hacemos diariamente. Trabajamos en el único clima posible: la diversidad, la tolerancia, impulsando la formación de ciudadanos participativos y solidarios, y en la construcción de saberes y competencias para la consolidación de una sociedad más justa, más humana y sin exclusión. Por último, nos referiremos al respeto. Entre 1943 y 1948 cursa sus estudios en nuestra casa un niño llamado Jorge Bergoglio. Como todos nosotros aquí, vivió experiencias que lo marcaron para siempre. Se nutrió de valores perennes que la escuela proclama con la palabra, pero sobre todo con la acción diaria. La justicia, la paz, la aceptación y consideración de todas y cada una de las expresiones culturales y religiosas sin distinción. Disculpen si se escapan entre mis palabras un exceso de orgullo pero no puedo disimularlo. Somos poseedores de la mejor educación posible, la más rica, la que contiene a todos, la que ni divide ni resta, la que solo suma. Y ese niño que hoy es Francisco multiplica nuestra voz cuando habla sobre la situación del inmigrante, denunciando maltratos, abusos, atropellos, o cuando se defiende la vida como un bien supremo exigiendo que se derogue la pena de muerte en países que la instrumentan. Recientemente dijo: “la educación es un acto de amor, es dar vida”. Y en esta humilde escuelita del barrio de Flores pasó parte de su vida, y la de otros 30.000 alumnos que pasaron por ella. Igualdad, identidad, respeto: es un momento de festejo pero también de reflexión. Se trata de celebrar un pasado y un presente que nos llena de orgullo y nos impulsa a seguir construyendo, a continuar trabajando a favor de la equidad, la inclusión y la justicia social. ¿Que la tarea es difícil? Sí, seguramente. A veces nos rodea la soledad, la incomprensión, la indiferencia, la impotencia, la burocracia o la falta de recursos técnicos y humanos. Pero nos sobra amor y entrega para responder a la tradición de la grandeza legada por los fundadores. Contamos con un pueblo apto para lo mejor. Y una escuela pública en la que todavía persisten los efectos del genial esquema cultural que la inspiró. Volvamos a pensar sobre nosotros mismos, estrechemos filas, que no se quiebre nuestra voluntad de ser, nuestro sentido de pasión y realidad para defender y amar nuestros ideales. Identidad, igualdad, respeto. Chicos, adultos, los convoco a la apasionante y permanente aventura de seguir este camino. Muchas gracias.
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